El caballero y la diosa.

Un caballero de arma reluciente se adentró en el castillo oscuro y protegido de la diosa Luna.
Ella, una diosa herida y con mal de amores, notó su presencia, pero lo ignoró hasta sentirse lista, pues sus propios conflictos emocionales le negaban la posibilidad de amar.
Él, por su parte, la admiraba y notaba la melancolía que portaba su alma, pero no se animó a acercarse hasta pasadas unas cuantas noches.
Cuando por fin lo hizo, dejó a un lado su casco protector y le permitió ver a aquella Luna herida un cabello negro azabache totalmente rizado, maravillando a la diosa hasta acariciarle el alma tan sólo con su compañía.

Cuentan por ahí, que ninguno de los dos buscaba nada más que una sincera amistad, pero sin notar aquel palpitar, fueron enamorándose del otro sin chistar. Envueltos por la noche y las estrellas de testigo, se amaron locamente, habiendo empezado tan sólo con besos y entregándose a la aventura (¿o locura?) de amarse incondicionalmente.

Ellos nunca abandonaron su lugar, aquel lugar que ahora es luminoso y lleno de floral vegetación, un jardín amoroso que ambos riegan constantemente, sin permitir que nadie más irrumpa en aquel castillo habitado por los amantes, habiendose convertido el caballero en el guardián y protector de la diosa Luna, y ella su amorosa diosa dispuesta a quererlo con cada partícula de su divinidad.